La agenda vacía de Putin y Obama

La cancelación de la cumbre Putin-Obama, prevista en Moscú para el próximo 4 de septiembre, es un efecto esperado del caso Snowden, y demuestra también que el ex analista de la CIA es un instrumento de las diplomacias rusa y estadounidense. Al gesto del asilo temporal, otorgado formalmente según la legislación rusa e internacional, se responde con la suspensión de una cumbre que tampoco despertaba demasiados entusiasmos por la escasa sintonía entre las agendas de Moscú y Washington. Se podría decir que los dos presidentes han hecho lo que cabía esperar de ellos.

El caso Snowden vino llovido del cielo a los rusos. No lo buscaron ellos, pero decidieron aprovecharse de la situación, no tanto por las informaciones que pudiera facilitarles el americano, sino porque ofrecía la posibilidad de brindar a la opinión pública interna y externa una actitud firme de la Rusia nacionalista y soberana, tan cara a Putin tras las humillaciones de la época de Yeltsin, frente a la “hiperpotencia” americana. De paso, se contraatacaba a los americanos en su propio terreno: el de la defensa de la libertad y de los derechos humanos, pues la imagen de Snowden en los medios, a escala mundial, es la de un héroe o un disidente, pero apenas la de un traidor. En este sentido, Putin tiene que estarle agradecido a su rival, Alexei Navalny, candidato a la alcaldía de Moscú, por haber apoyado la concesión de asilo a Snowden. Después de todo, con independencia de su compromiso con la democracia, Navalny es un nacionalista ruso. Oponerse a Putin, o a los comunistas chinos, no conlleva, como en tiempos de los disidentes soviéticos, alinearse con el país que entonces era conocido como el líder del mundo libre.

Obama se ha referido a que las actitudes de Putin están ancladas en la mentalidad de la guerra fría, pero sería más exacto decir que su mentalidad es más propia de la obstinada persistencia de considerar a Rusia como una gran potencia mundial, tras el enorme revés estratégico que supuso la desaparición de la URSS. Una Rusia que se ha sentido acosada por la expansión de la OTAN a Europa central y  las repúblicas bálticas o por el crecimiento la influencia americana en los Balcanes, Ucrania y Georgia, no perdería la oportunidad de hacer una política obstruccionista a los intereses americanos a escala global, desde la oposición a la guerra de Irak y a las sanciones contra Irán pasando por el apoyo a los desafíos del eje bolivariano o a la Siria de Asad. Bien podría preguntarse Putin: ¿cuáles son las ventajas de la cooperación con EEUU? En el campo de la reducción de armamentos nucleares, requerida por Obama, está el obstáculo del escudo antimisiles de la OTAN, pero tampoco Moscú aceptará una reducción que le sitúe en cierta desventaja frente a Pekín, su teórico aliado en el frente diplomático antiamericano. En el campo de la lucha contra el terrorismo islamista, los americanos ayudan a una oposición siria que abriría el paso a un régimen integrista, y es inquietante la presencia de yihadistas chechenos que combaten a las fuerzas de Asad.  A esto se añade que no hay un horizonte estratégico definido tras la retirada de las tropas americanas de Afganistán, con el consiguiente peligro de inestabilidad en Asia central, algo preocupante para los rusos y sus aliados en la zona.

Si la agenda está vacía, esto significa que ninguno de los dos países ocupa un lugar preferente en las respectivas políticas exteriores. De ahí que cancelar una cumbre, con o sin el pretexto de Snowden, sea una consecuencia previsible en un momento en que las colisiones entre  rusos y  estadounidenses, en opinión del analista Fiodor Liukanov, se inscriben en el ámbito de lo emocional y lo virtual. No estamos, por tanto, ante una reedición de la guerra fría, que no interesa a ninguna de las partes, sino ante gestos previsibles en una agenda diplomática estancada.


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