George F. Kennan, maestro del realismo

El realismo en las relaciones internacionales no es patrimonio exclusivo de los demócratas ni de los republicanos. A esta escuela pertenecen destacados secretarios de Estado republicanos como Foster Dulles, Schultz y Baker, sin olvidar al más notable de todos, Henry  Kissinger, un gran admirador de Metternich. Por el contrario, se suele incluir entre los idealistas al presidente demócrata Thomas Woodrow Wilson, uno de los inspiradores de la Sociedad de Naciones, que, sin embargo, no encontró apoyo en la mayoría de la clase política de su país para consolidar su proyecto de orden internacional. En contraste, hubo realistas que trabajaron con Administraciones demócratas como Zbigniew Brzezinski, consejero de seguridad nacional de Carter, uno de los grandes valedores, junto con Kissinger, de la asociación estratégica entre Washington y Pekín. Tampoco podemos olvidar al diplomático George F. Kennan, artífice de la estrategia de contención frente a la URSS durante la presidencia de Truman. Kennan murió centenario, en 2005, pero su recuerdo está presente en debates políticos e intelectuales americanos, siempre que se buscan coordenadas para una política exterior en una época tan tremendamente compleja como la nuestra. La adjudicación del Premio Pullitzer en 2011 al historiador de la guerra fría, John Lewis Gaddis, por la biografía George F. Kennan. An American Life, ha despertado más el interés por este estratega del realismo, al que quizás tampoco haya podido sustraerse ese gran lector que es Barack Obama.

La política exterior de EEUU, al igual que la de otros países, parece haber ido abandonando las solemnes declaraciones de principios, aunque éstas no hayan desaparecido por entero de los discursos. De hecho, las reacciones ante los acontecimientos vendrán muchas veces determinadas por las circunstancias, no por dogmas rígidos, y seguramente George F. Kennan habría coincidido con este enfoque, si bien tampoco el presidente Obama nunca compartirá en el ámbito de la teoría su realismo desencarnado, nostálgico de la idea de equilibrio que rigió la sociedad internacional europea desde Westfalia a la I Guerra Mundial.

Durante un ciclo de conferencias pronunciadas en 1951 en la universidad de Chicago y recopiladas en el libro American Diplomacy, Kennan, en la habitual combinación entre realismo e interés nacional, no tenía reparos en afirmar que la Historia podría haber sido distinta si su país hubiera firmado un armisticio con la Alemania del Kaiser sin pretender una victoria total o un cambio de régimen. Quizás esto hubiera impedido el nacimiento y la ascensión del nazismo. Del mismo modo, una mayor comprensión hacia los intereses de Japón en Asia durante el período de entreguerras, acaso habría podido evitar Pearl Harbor. Tampoco fue partidario Kennan de la implicación americana en la guerra de Corea, y mucho menos en la de Vietnam, e incluso vivió lo suficiente para oponerse a la guerra de Irak en 2003, pues solía repetir aquella frase de John Quincy Adams, el sexto presidente americano, de que “una nación no debería ir al extranjero en busca de monstruos que destruir”. De estas reflexiones se puede inferir que la política de equilibrio en las relaciones internacionales era el corolario del pensamiento de Kennan, y este diplomático y profesor americano consideraba que se trataba de la política más compatible con el principio de soberanía e independencia de los Estados, piedra angular del Derecho Internacional Clásico, una mentalidad que desconfiaba, como el propio Kennan, de la eficacia de las organizaciones internacionales. Se da la circunstancia de que esta idea de la balanza de poder está retornando en un siglo XXI de potencias emergentes, aunque ahora algunos quieran revestirlo de multilateralismo. Sin embargo, el punto débil del equilibrio en la escena internacional, en el pasado y seguramente en el futuro, es su inestabilidad intrínseca, lo que no es extraño por ser un relativismo aplicado a la vida internacional.

 La gran mayoría de la opinión pública europea no suele ser consciente del pragmatismo de la política exterior de Obama, debido a una imagen excesivamente idealizada del presidente, en contraposición a la que ofrecía su detestado antecesor, y esto explica que apenas se inmutara ante un sorprendente discurso de Obama en Oslo en 2009, tras recibir el Premio Nobel de la Paz, y en el que el mandatario americano hacía una apasionada defensa de la guerra justa, algo inconcebible en los oídos de la Europa posmoderna. Está mejor informado, en cambio, el politólogo americano Fareed Zakaria, en una entrevista en la CNN al presidente Obama en enero de 2012, alabó los logros de su política exterior, que no se caracteriza precisamente por la consideración de Estados Unidos como la “nación indispensable”, tal y como suelen afirmar los neoconservadores republicanos. El realismo dice adiós a las cruzadas ideológicas o a las “cabezas de puente” democráticas, como el Irak que debería haber renacido después de la caída de Sadam Hussein. en aquella perspectiva tan idealizada como poco realista de la primera Administración Bush. El realismo, defendido por  Zakaria, puede incluso presentar como modelo para Obama no sólo a George F. Kennan, entre otros, sino al propio canciller Bismarck, árbitro del equilibrio europeo, pues sería la única forma de detener el tan anunciado declive americano. El método pasaría para poner el acento en el bilateralismo, muy característico, por cierto,  de la política exterior de Rusia y China, con la búsqueda de intereses comunes, por mínimos que estos fueran. Con todo, esto conllevaría –y lo estamos viendo- un debilitamiento o vaciamiento de las alianzas tradicionales, aunque esto no sea nuevo, pues ya apareció en la época de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de George W. Bush, que solía referirse a the coalition of willing.

George F. Kennan era un nostálgico de la vieja diplomacia europea del equilibrio y de un mundo de normas internacionales, racionalista e ilustrado, que se llevó por delante el mesianismo expansionista de los nacionalismos, alumbrado por la Revolución Francesa. Kennan no compartiría la retórica de los discursos de Obama sobre política exterior, pero compartiría sus fines de alejar a Estados Unidos de peligrosas aventuras exteriores que derrochan sus energías políticas, económicas y militares, y que provocan el rechazo de una opinión pública más preocupada por lo que está sucediendo en casa.

 


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