¿Una alianza ruso-china?

La primera visita de Xi Jinping al extranjero fue a Rusia, lo que hizo pensar en el objetivo de una revitalización de las relaciones entre Moscú y Pekín. El presidente chino ha buscado, sin duda, intereses comunes entre dos grandes potencias mundiales que en más de dos décadas han pasado por episodios de supuesto amor y de odio. ¿Se formará una sólida alianza entre los dos países?

Un diplomático ruso me confesó una vez su desconfianza hacia los chinos, si bien la postura oficial de Moscú ha sido estimular la cooperación mutua, sobre todo en el terreno económico, tanto en el terreno bilateral como en diversos foros como la Organización de Cooperación de Shanghai o los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), sin olvidar las posiciones conjuntas defendidas, con derecho de veto incluido, en el Consejo de Seguridad.  Los dos aspectos más cruciales, y más prácticos, de las relaciones ruso-chinas pasan por las necesidades energéticas y de armamento por parte de Pekín, aunque también existen diferencias encontradas en estos ámbitos. Es conocida la avidez de China por la energía a escala mundial, que busca en todos los continentes al mejor precio. Pero los rusos no venderán el petróleo más barato a China, pese a la proximidad geográfica y a las necesidades del país, pues su estatus de potencia mundial descansa en imponer su hegemonía energética. De ahí que el petróleo ruso sólo represente el 8% de las exportaciones chinas y el porcentaje de gas sea aún menor, si bien esto podría cambiar con la construcción de un gasoducto con el que Rusia abastecería a China. Este proyecto fue anunciado al concluir la reunión entre Xi Jinping y Vladimir Putin, aunque la discrepancia vendrá, sobre todo, porque Rusia quiere imponer precios similares a los del comercio con los países europeos. También el comercio de armas entre Rusia y China ha estado marcado por la desconfianza, aunque hasta 2007 suponía el 40% de las exportaciones rusas. Moscú vería con recelo, por ejemplo, que los chinos utilizaran tecnología rusa para exportaciones de China a terceros países, en particular a Pakistán que, pese a los altibajos en las relaciones de los últimos, sigue siendo oficialmente un aliado de EEUU.  En definitiva, las relaciones económicas se mueven en el terreno del interés mutuo, pero no pueden alejar toda clase de suspicacias.

Más llamativa, en cambio, es la cooperación en asuntos internacionales, en las que la música de fondo es establecer un contrapeso a EEUU, tal y como puede apreciarse en las posiciones conjuntas sobre Siria, Irán o Corea del Norte. Hay que evitar a toda costa que la evolución de esas crisis degenere en ventajas para Washington si se produjera el colapso de esos regímenes. Pero el principio más valorado, y repetido como un mantra, por Rusia y China en las relaciones internacionales es el de la soberanía de los Estados y la no intervención en sus asuntos internos, lo que incluye un rechazo a toda crítica sobre el respeto de los derechos humanos.  Ciertamente la proliferación nuclear de Corea del Norte e Irán no puede ser vista con buenos ojos por Moscú y Pekín, pero es un mal menor, siempre y cuando no se traspasen ciertos límites, pues el mal mayor sería  una Corea unificada bajo la tutela de Washington o la caída del régimen antiimperialista de los ayatolás.  Con todo, esta postura conjunta tiene un efecto inevitable y no buscado: los vecinos de Siria, Irán y Corea del Norte, que se sientan amenazados, tenderán a acercarse más a Washington, con lo que rusos y chinos perderán influencia en las respectivas regiones.

Rusia y China están utilizando el foro BRICS de países emergentes para crear una especie de eje alternativo, al menos en lo económico, al mundo occidental. Con independencia de que Brasil, India y Sudáfrica sean democracias, comparten con Rusia y China el mismo dogma de fe en la soberanía estatal. Les importa más su posición en el tablero geopolítico y el recuerdo de un pasado de imposiciones coloniales que la afinidad de sistemas políticos con Occidente. No desean ser identificados con la vieja Europa, aunque esté representada por la posmoderna UE, ni con  los imperialistas EEUU, pese a que Obama pretenda cambiar la percepción de su país en política exterior. No obstante, brasileños, indios y sudafricanos parecen ser mucho más pragmáticos en sus relaciones con Occidente, y en particular con los americanos, que rusos y chinos. Nunca podrá hablarse de los BRICS como de un bloque compacto, más allá de los intereses económicos respectivos. Pese a todo,  en el seno de los BRICS parece articularse el nacimiento de una versión para el mundo subdesarrollado del FMI y del Banco Mundial, patrocinada por Moscú y Pekín, pues la influencia económica siempre desemboca en influencia política. Pero no parece tan sencillo repetir en el cambiante escenario del siglo XXI los esquemas de oposición entre el mundo desarrollado y subdesarrollado, con rasgos de foro de países no alineados, tan extendidos en los años de la guerra fría.


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