Turquía e Israel: Un acercamiento anunciado

El principal éxito del viaje de Obama a Israel ha sido el anuncio oficial de que Turquía e Israel normalizan sus relaciones diplomáticas, y vuelven los respectivos embajadores, después de que el primer ministro Netanyahu telefoneara a Erdogan para disculparse por el asalto en 2010 a una flotilla turca que pretendía romper el bloqueo israelí de Gaza, y que ocasionó la muerte a ocho ciudadanos turcos.  Los actores protagonistas, las partes enfrentadas y el mediador americano, han  hecho balance de lo que ha sucedido en Oriente Medio en estos últimos tres años, y han considerado que la situación de rebajar el nivel de sus relaciones era insostenible.

En primer lugar, EEUU tiene en Turquía e Israel a sus dos principales aliados  estratégicos en la región, ha contado con ellos durante los años de la guerra fría y en la época inmediatamente posterior, y quiere seguir contando con ambos, no con uno solo de ellos, en los momentos presentes después de que la Primavera Árabe haya traído más inestabilidad que certidumbres. La situación en Oriente Medio es volátil y los tres actores implicados han tenido ocasión de comprobarlo. No estamos ante nuevas eras de democracia y de libertad, por mucho que se derrumben regímenes autoritarios y se celebren elecciones libres, porque las semillas de la división, bien sean étnicas, religiosas o ideológicas, están más activas que nunca.  Washington tiene necesidad de aliados sólidos, y en este caso son dos democracias, que no estén sometidos a excesivas turbulencias internas como sucede en los regímenes árabes.  De ahí que no dejara de ser una complicación adicional el que turcos e israelíes estuvieran enfrentados, pues la percepción externa del hecho transmitiría el mensaje de  una Turquía que se está alejando de Occidente y de  un Israel cada vez más aislado en la región. En cambio,  la reconciliación entre Ankara y Jerusalén fortalece el papel de EEUU en Oriente Medio, no sólo en la crisis siria sino frente a las pretensiones de Irán de contar con capacidades nucleares y de convertirse en líder regional.  Sin embargo, Obama  no habría  triunfado en su propósito mediador, pese a ser una cuestión muchísimo menos compleja que el contencioso palestino-israelí, si turcos e israelíes no hubieran sopesado que el acercamiento convenía a sus respectivos intereses, entre los que se cuenta una cooperación  militar  y de inteligencia consolidada desde hace décadas.

La diplomacia turca de los últimos años parecía basarse en la consigna de “cero problemas” con sus vecinos, y el país, que durante casi un siglo dio la espalda al mundo árabe, con  el  objetivo de modernizarse y construir un Estado-nación, efectó un acercamiento diplomático a Siria e Irán, tras un período caracterizado por la desconfianza mutua o la hostilidad. Por lo demás,  la política exterior turca, tildada por algunos de “neo-otomana”, dio muestras de verse reforzada tras los cambios políticos en Túnez, Egipto o Libia, sobre los que se decía que tomarían como modelo el sistema democrático de Turquía.  Los consejos de políticos y analistas se hacían extensivos a los partidos islamistas de esos países, que deberían tomar como fuente de inspiración el Partido de la Justicia y el Bienestar, la formación  islamista moderada turca más conocidas por sus siglas AKP, que fue capaz de ganar tres elecciones consecutivas. Estos cálculos han demostrado ser un wishful thinking, pues cada país tiene su historia y sus características propias,  y los partidos islamistas tunecino o egipcio, ganadores de las primeras elecciones libres, no responden al perfil de un partido turco, por no decir también que las respectivas sociedades carecen  de la experiencia democrática de la turca. Pese a que puedan  proclamarlo verbalmente, su modelo no parece ser Turquía, con una tradición democrática y un éxito económico reconocidos. Antes bien,  se mueven  por estímulos a corto plazo y buscan asentar su poder  tras haber sido perseguidos durante décadas y encuentran una fuerte oposición desde sectores laicos de la sociedad.  Por otra parte, el régimen de Bachar Al Asad ha terminado por ser  uno de los principales enemigos de Turquía,  y pese a su comprometida situación, los sirios han estado dispuestos  a utilizar a los kurdos en contra de Ankara. Atrás queda la luna de miel turco-siria, que sirvió para suprimir los visados para viajar a ambos países. Pero lo peor es la incertidumbre sobre la Siria posterior a Asad en la que pudiera agudizarse la violencia sectaria con la consiguiente inestabilidad cerca de la frontera turca. Tampoco el acercamiento turco-iraní ha dado grandes resultados en lo político, más allá de las relaciones económicas, y la compleja situación  interna en Irak muestra también  como en el país mesopotámico se perfilan  soterradas tensiones entre Irán y Turquía por ganar ámbitos de influencia, sin olvidar las amenazas del ayatolá Jamenei de que Turquía lo pagaría muy caro  al hacerse público que los turcos instalarían en su territorio baterías de misiles Patriot facilitadas por la OTAN.

Si los frustrantes acontecimientos de la Primavera Árabe y la progresiva ascensión regional de Irán cuestionan el eslogan de “cero problemas” con los vecinos, no conviene complicarse más la vida con una mala relación con  Israel. No será un idilio, y además se corre el riesgo de que una eventual crisis en los territorios palestinos complique las cosas,  pero la relación Turquía-Israel vuelve a edificarse sobre la base del más puro realismo.

Cabe añadir que las dificultades de Netanyahu para formar gobierno también habrán  influido en el acercamiento turco-israelí. El primer ministro israelí ha tenido que moderar el tono para conservar el poder y hacer lo que parecía imposible hace unos meses: disculparse ante Erdogan y poner en marcha un acuerdo de compensación económica, que es lo que deseaban los turcos. Además, Israel no podía dejar en punto muerto su tradicional alianza con Turquía, detrás de la cual está muy presente EEUU.


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