Sobre la eficacia de los drones

 

 

La creciente utilización de los drones sólo puede entenderse desde la convicción de que el poder aéreo es el componente decisivo para imponerse en cualquier conflicto.  De hecho, las contiendas de la posguerra fría, desde la guerra del Golfo a Kosovo pasando por Bosnia-Herzegovina, alimentaron esta ilusión. Pero si repasamos la historia, nos daremos cuenta de que, en efecto, los bombardeos contribuyeron a poner fin a las hostilidades, aunque no eliminaron las raíces de la violencia. Fueron una solución a lo Truman, que prefirió que la guerra de Corea quedase en tablas, y no a lo Mac Arthur, que proclamaba que no existía ningún sustitutivo de la victoria. En los ejemplos citados, la intervención militar no se propuso arrojar del poder ni a Sadam Hussein ni a Milosevic. El verdadero motivo para no sobrepasar estos límites no fue ni el respeto a las resoluciones de la ONU ni el temor a alterar el statu quo territorial. En realidad, no se querían las bajas americanas que se habrían producido en una guerra sobre el terreno. De ahí que la utilización del poder aéreo se convirtiera, en la práctica, en un fin en sí mismo, con el olvido de que tradicionalmente había sido uno de los instrumentos en la consecución de otros objetivos, tanto militares como políticos. El poder aéreo formaba parte de la táctica, pero acabó siendo confundido con la estrategia. Del mismo modo, el uso de los drones nunca garantiza  una victoria decisiva sobre el terrorismo de Al Qaeda. Es sabido que la eliminación de un líder guerrillero no supone el fin de una lucha armada, pues, en realidad, lo que se está combatiendo es una ideología que en cada momento es encarnada por personas concretas y cambiantes. Si no se gana la batalla de las ideas, si no se consigue hacer repulsiva, o menos atractiva, una ideología, los muertos no disuadirán por si solos a nadie de no continuar con la violencia.

Pero lo más peligroso del uso de los drones son, sin duda, los daños colaterales infringidos a civiles. Es la consecuencia inevitable de las guerras en las que el enemigo no viste uniforme y vive entre la población civil. Recordemos que las víctimas civiles fueron otro de los factores que contribuyeron a la derrota americana en Vietnam. De ahí que la alternativa a los daños colaterales pase por el secretismo, no tanto cuando los drones abaten a un líder terrorista, sino cuando el objetivo son personas de menor relevancia, pero que se refugian en zonas de Afganistán y Pakistán en los que los talibanes o Al Qaeda tienen arraigo. No será difícil que en esos casos, todos los hombres en edad de empuñar las armas sean tomados por combatientes, mientras no se demuestre lo contrario, aunque nadie les dará la oportunidad de demostrarlo. El secretismo oficial está siendo desafiado, sin embargo, por algunas ONGs como el Bureau of Investigative  Journalism, con sede en Londres, y que asegura que desde 2002 se han producido entre 472 y 885 muertes de civiles en Afganistán, mientras que las víctimas de Yemen se cifran entre 60 y 103. Es cierto que las capacidades de Al Qaeda en este último país han quedado muy mermadas,  si bien las muertes también han contribuido a acrecentar el número de sus partidarios.

El uso de los drones podría interpretarse  como un intento de ocultar el hecho mismo de la guerra. Son operaciones encubiertas en la lucha contra el terrorismo y no tienen la apariencia de un conflicto convencional. Incluso pueden tener cierta popularidad si abaten a algún destacado terrorista, pues demostrarían que el gobierno va contra los malos dondequiera que se encuentren, antes de que tengan la oportunidad de cobrarse más vidas de ciudadanos americanos. Esto explica que la Administración Obama cuide la justificación de este método de lucha contra el terrorismo. De hecho, el senador Obama, en uno de sus discursos de 2007 en el que criticaba la inutilidad de la guerra de Irak, aseguraba que habría sido mucho más eficaz combatir a los terroristas en cualquier lugar del mundo, incluido Pakistán, aliado tradicional de EEUU.

 

La Administración Obama no ve ninguna alternativa a los drones. La presencia de tropas sobre el terreno, aunque fuera con la autorización poco probable de un Consejo de Seguridad en el que Rusia y China no dejan de ejercer su derecho de veto, no contribuye necesariamente a que se alcancen los objetivos de la lucha contra el terrorismo.  Después de las experiencias de Afganistán e Irak, donde hubo que buscar una retirada más o menos honrosa,  se aprecian demasiados inconvenientes: bajas de soldados americanos, altos costes económicos en tiempo de crisis, hostilidad de la opinión pública por la prolongación del conflicto y descontento de la población autóctona que ve a las tropas americanas como un ejército de ocupación.  Una vez más, la solución son los drones, con los que se puede destruir a los malos apretando un botón como si se tratara de un videojuego.

Los estrategas americanos intentan demostrar con los drones, al igual que en los conflictos de los años 90en el Golfo y los Balcanes, que la geografía y la historia están poco menos que superadas, pues los aviones letales remontan todos los obstáculos. Insisten en que es un modo de minimizar los daños a civiles, que serían mayores en un conflicto convencional.  Pero los daños existen y ponen en un compromiso a los gobiernos locales aliados de Washington, tal y como se ha demostrado en Afganistán y Pakistán. En cualquier caso, demuestran una confianza ciega en el poder de la tecnología, similar al de otras épocas históricas. Recordemos las guerras coloniales británicas cuando, por ejemplo,  una batería de ametralladoras Maxim podía detener la carga de las masas de los fanáticos partidarios del Mahdi en la batalla de Ondurmán en 1898.  Pero la tecnología militar nunca es monopolio de nadie, y menos en un tiempo en el que los malos también son capaces de desatar virus informáticos que afecten a los drones.

Antes de que su carrera militar y política naufragase, el general David Petraeus recordaba en Irak la necesidad de “ganar los corazones y las mentes”  de la población local. Esto lo han dicho otros muchos antes y después, y es un consejo a seguir en todo momento, pues, en caso contrario, las ideologías de insurgentes y terroristas prevalecerán sobre la fuerza de la tecnología.

 


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