Vietnam, los papeles del Pentágono y la guerra perdida del general McMaster

La guerra de Vietnam vuelve a ser actualidad en estos días con motivo del estreno de Los archivos del Pentágonode Steven Spielberg, y del medio siglo de la ofensiva del Tet, el comienzo del año lunar vietnamita en que el ejército de Vietnam del Norte y la guerrilla comunista del Vietcong lanzaron un ataque masivo contra los norteamericanos y sus aliados survietnamitas.

A finales de enero de 1968 las fuerzas comunistas lanzaron una ofensiva contra bases militares y zonas urbanas de Vietnam del Sur, en la que resultó alcanzada la propia embajada norteamericana en Saigón. Desde el punto de vista militar, el ataque fue rechazado y los comunistas perdieron más de 50.000 combatientes, siendo la guerrilla del Vietcong la más castigada. Y sin embargo, esta victoria sobre el terreno marcó el inicio de la retirada y derrota. La Administración Johnson fue incapaz de comprender que la batalla que más importa en nuestros días es la de la opinión pública, la de la percepción de los hechos por el gran público, un enfoque que suele ser alimentado por los medios en un sentido o en otro. En esta batalla mediática lo de menos son las bajas causadas al enemigo, por muy numerosas que sean, o que este se retire del terreno que ocupa. Si el público cree que se ha iniciado una escalada de un conflicto que hasta entonces se limitaba a acciones de insurgencia y contrainsurgencia, no le bastarán las explicaciones de que el enemigo ha sido derrotado. Su percepción será la de que la situación ha empeorado y puede empeorar mucho más aún. En tales circunstancias, cualquier petición de aumentar el número de fuerzas propias para derrotar “definitivamente” al enemigo, no será vista cómo un paso necesario para ganar una guerra sino como una medida tan peligrosa como contraproducente. En otras palabras, la ofensiva del Tet respondía a un esquema de guerra clásica hasta el momento ausente del escenario de los combates. Los norvietnamitas no volverían a repetirlo hasta la gran ofensiva de abril de 1975 con la que conquistaron todo Vietnam del Sur. Por lo demás, la victoria de 1968 constituyó un espejismo para los norteamericanos, que acaso les hizo creer que la guerra podía ganarse.

Pese al transcurrir del tiempo, hay quienes ponen en duda de que la guerra de Vietnam no se pudiera ganar. El que una cámara de televisión enfocara en dos ocasiones la portada de un libro en una entrevista realizada en casa del multimillonario Thomas Barrack, amigo de Trump, me recordó ese punto de vista. Se trata de un libro del  general Herbert Raymond McMaster, consejo de seguridad nacional del presidente Trump. El nombre de este militar irá siempre asociado a Dereliction of Duty, publicado en 1997, donde no tenía reparos en acusar al presidente Lyndon Johnson y al secretario de Defensa, Robert McNamara, de haber marginado a los Jefes de Estado Mayor de los ejércitos de la toma de decisiones sobre la guerra de Vietnam. Según McMaster, la estrategia diseñada no estaba orientada para ganar la guerra sino para combinar una serie de medidas diplomáticas y militares con el fin de obligar a Vietnam del Norte a dejar de prestar apoyo al Vietcong. McMaster es de esos militares que acusan a los gobernantes de no tener una estrategia para la guerra y de supeditar todas sus actuaciones a sus objetivos políticos. Su libro es una requisitoria contra los políticos que engañaron a la opinión pública y a los militares que les secundaron en la búsqueda de un interés político. Sin embargo, los argumentos de McMaster chocan con una indiscutible realidad: el presidente de EE.UU. es el comandante en jefe de las fuerzas armadas y tiene pleno derecho de tomar decisiones en temas militares aunque estas sean equivocadas. Esta realidad sigue estando vigente aunque el comandante en jefe sea ahora Donald Trump. Ningún consejero político, socio o amigo le convencerá fácilmente si sus opiniones, aunque estén asentadas sobre la experiencia y la erudición, contradicen los puntos de vista del inquilino de la Casa Blanca. Por lo demás, hay militares que pudieron ganar la Segunda Guerra Mundial, pero que nunca fueron aptos para vencer en guerras mucho más complejas, hoy se diría asimétricas, como las de Corea o Vietnam.

Con todo, tenía algo de razón McMaster al afirmar que la guerra de Vietnam no se perdió sobre el terreno sino en las portadas del New York Times o en los campus universitarios. Puede que el consejero de Trump sea de la opinión de que Daniel Ellsberg, antiguo funcionario del departamento de Defensa que filtró los papeles del Pentágono, contribuyó a la derrota americana, y que otro tanto hicieron Katharine Graham y Ben Bradlee al consentir publicarlos en el Washington Post, pero la guerra se habría perdido igualmente porque Washington había renunciado desde hacía tiempo a la victoria, acaso por considerarla imposible dada la naturaleza del conflicto, o simplemente por fijarse un objetivo limitado, mucho más diplomático que militar: que Vietnam del Norte dejara de apoyar al Vietcong y se sentara a negociar. La relación entre los bombardeos masivos del territorio norvietnamita durante la Administración Nixon y los acuerdos de paz de París (1973) es muy evidente.

Por lo demás, siempre admiraré la lucidez de Raymond Aron y sus crónicas de Le Figaro. En 1966 aquel gran analista francés comparaba la actitud de los norteamericanos con respecto a la guerra de independencia de Argelia con la de los franceses sobre el conflicto vietnamita. Diez años antes un francés podía indignarse de la antipatía o la indiferencia que despertaba entre los norteamericanos la lucha de los franceses contra los independentistas del FLN, pero la respuesta que hubiera recibido es que la opinión pública norteamericana siempre se pone de parte de los más débiles, en este caso los guerrilleros argelinos, y no de unas fuerzas militares que teóricamente eran superiores y perpetuaban la dominación colonial. El argumento de que el FLN simpatizaba con el comunismo y era apoyado por la URSS no habría hecho mucha mella en una percepción mayoritaria. Del mismo modo, Aron recordaba que ahora le tocaba a la opinión pública francesa admirar el heroísmo del Vietcong y el estoicismo de los norvietnamitas bajo los bombardeos. El argumento norteamericano de que estaban luchando por salvar a Vietnam del Sur del comunismo tampoco habría sido valorado.

La opinión pública y el paso del tiempo, que marchita las victorias, pueden derrotar a los ejércitos más poderosos. Esto es lo que sucedió en Vietnam hace medio siglo, con o sin papeles del Pentágono.


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