Rusia, Ucrania y un análisis de Churchill

Cuando se habla de Winston Churchill y Rusia, surge siempre una cita inevitable, perteneciente a una charla radiofónica del 1 de octubre de 1939, pocas semanas antes del sorprendente pacto germano-soviético que desembocó en la anexión de Polonia y de los países bálticos. La cita es bien conocida: “Rusia es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Sin embargo, no se suele añadir el mucho más esclarecedor resto de la frase: “Quizás hay una clave. La clave es el interés nacional ruso”. Es una guía adecuada para entender los movimientos de Rusia en Ucrania.

Putin y los occidentales no se entienden porque hablan dos lenguajes distintos: el geopolítico y el de la legalidad internacional. Es cierto que Moscú también emplea el argumento de la legalidad, primando la libre determinación de los habitantes de un territorio sobre su estatus territorial, pero el argumento más decisivo es el geopolítico, que es a la vez histórico. El inevitable retorno de Crimea a Rusia ha sido acelerado por la revolución que derribó en Kiev al gobierno de Yanukovich el pasado 22 de febrero. El que los opositores al presidente ucraniano rompieran el acuerdo, patrocinado por la UE, de formación de un gobierno provisional hasta la convocatoria de nuevas elecciones, ha sido una bendición para Rusia. Ha supuesto el retorno del principio de las nacionalidades, propio del siglo XIX, el mismo que sirvió al zar Nicolás I (1825-1855) para proclamarse defensor de las minorías eslavas y ortodoxas en el imperio otomano. No funcionó entonces este recurso por la determinación de las grandes potencias europeas de  impedir el acceso ruso a los Balcanes. Sin embargo, cuando esas potencias se debilitaron tras las dos guerras mundiales, llegaría Stalin, con la nueva religión del comunismo soviético, para imponer su control de Europa central y oriental. ¿Quién iba a ir a una guerra con la URSS, en plena era nuclear, para evitarlo?

La misma pregunta puede hacerse Putin: ¿quién irá a una guerra con Rusia por Crimea? Nadie, pero Europa y EEUU responderán: habrá sanciones, más políticas que económicas. Es la obligada respuesta de quien no puede actuar de otra forma. Acaso Rusia sea expulsada del G-8, y no se firmará un nuevo acuerdo marco para las relaciones entre Europa y Rusia… A Putin no le preocupa excesivamente porque sabe que las relaciones económicas bilaterales, que pasan por la dependencia energética de Europa, no serán cuestionadas en el fondo. También sabe que Ucrania no puede recuperar militarmente Crimea, y esto explica las órdenes de Kiev a sus militares de no ofrecer resistencia. Occidente esgrime la legalidad, pero Rusia le replica con sus mismas armas: la gran mayoría de la población está con nosotros, ha ejercido su derecho de libre determinación. Es como el caso de Kosovo, en argumento de Putin a Obama.

El preámbulo de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad, que puso fin a la intervención militar de la OTAN en junio de 1999, se refería a Kosovo como un territorio integrante de la República Federativa de Yugoslavia. Sin embargo, no se volvía a mencionar en el resto de la resolución y tampoco se tuvo en cuenta este detalle cuando EEUU y la gran mayoría de los países de la UE apoyaron en 2008  la proclamación unilateral de independencia de un territorio perteneciente a Serbia, principal heredera de la antigua Yugoslavia. Con todo, algunos analistas y políticos occidentales justifican la secesión de Kosovo como un castigo por la limpieza étnica de albano-kosovares decretada por el presidente serbio Slobodan Milosevic. Este argumento es débil para Moscú que no se cansará de reiterar que el pueblo de Crimea ha ejercitado mayoritariamente su derecho a la libre determinación, algo que no tuvo en cuenta el ucraniano Jruschov, secretario general del PCUS, en 1954 para integrar arbitrariamente a Crimea en Ucrania. Los rusos insistirán en que no ha habido ninguna limpieza étnica, aunque los tártaros y ucranianos residentes en la península tienen motivos, también basados en la historia, para desconfiar del futuro.

Tras la anexión de facto de Crimea por Rusia, la palabra que más se escucha estos días es la de “estabilidad” para Ucrania. La dicen, por supuesto, los dirigentes rusos, pero también la comparten algunos líderes occidentales que desearían que la crisis de Ucrania quedara limitada a Crimea y a la consiguiente escenificación de sanciones. Fijémonos otra vez en la cita de Churchill: la clave es el interés nacional ruso. ¿Está satisfecho ese interés con la incorporación de Crimea? La respuesta es un no rotundo. Hay agitación en Ucrania oriental de la población rusohablante y Moscú ha lanzado alguna que otra advertencia a Kiev en el sentido de que no controla la situación en la región y de que los prorrusos no están siendo defendidos. Jharkov, Donestk, Odessa… Son algunos de los escenarios en que los prorrusos se están haciendo visibles y no tienen reparos en pedir la protección de Moscú contra los “fascistas” de Kiev. Lo que suceda después únicamente dependerá de Vladimir Putin. El presidente ruso sabe que el coste económico de las sanciones occidentales será alto, pero piensa que Rusia, la gran potencia energética mundial, será capaz de resistirlo. Cree además que las sanciones económicas son un arma que se vuelve contra quienes las promueven. Para él es más valiosa la opinión mayoritaria de los rusos, que ven a Putin como el hombre que ha sabido revertir la trayectoria de una potencia en decadencia. Historia y geopolítica, ante todo, y no artificiosa legalidad internacional. La política exterior sirve una vez más para ofrecer cohesión y popularidad a un régimen.

Se diría que Rusia parece apuntarse a algunos contenidos de la tesis de Samuel Huntington en Choque de civilizaciones (1996), libro denostado por todos los partidarios del internacionalismo liberal. Aquel politólogo norteamericano defendía la integración de Ucrania occidental en Polonia y de Ucrania oriental en Rusia. Lo segundo es  mucho más probable que lo primero. De lo que suceda en el futuro inmediato, el interés nacional ruso, es decir Vladimir Putin, tiene la última palabra.


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