Un talón de Aquiles chino

La explicación habitual sobre la situación interna en China se mide en parámetros económicos y sociales, pero se suele olvidar otro condicionante, la ética, o mejor dicho, su ausencia. Y quien dice ética, dice además religión. Profundizar en estas cuestiones ha sido una tarea del profesor Liu Peng, miembro de la Academia de Ciencias Sociales, que señala que el talón de Aquiles del desarrollo chino, e incluso de las aspiraciones de su país a ser potencia global, es precisamente la falta de valores en la sociedad y en los gobernantes. El problema se remonta a un siglo atrás, a la instauración de la República en China en 1911. Esa fecha marca el acta de defunción del confucianismo, vinculado a las dinastías imperiales y que era más una forma de vida que una religión. No es casual que las actuales autoridades chinas hayan fomentado un retorno formal al confucianismo, del que se destacan el respeto a la jerarquía y el rechazo del individualismo, para intentar llenar la ausencia de valores. Todo un contraste con las campañas promovidas por la revolución cultural maoísta contra Confucio. Sin embargo,  la lucha contra el confucianismo venía de atrás, pues los intelectuales chinos del movimiento de 1919, del que surgió el PC, estaban influidos por las ideas occidentales, en particular las del marxismo que con el tiempo adquiriría la categoría de nueva religión. Con la proclamación de la República Popular en 1949, el nacionalismo y el comunismo serían los pilares de una “religión” estatal que se transmitiría de forma colectiva a las masas durante las décadas siguientes. Su icono principal sería Mao, cuya imagen aún aparece en las monedas y los edificios públicos, y su tumba no ha dejado de ser un lugar de peregrinación. No es exagerado decir que el maoísmo pretendió ser una “bomba atómica espiritual” de influencia no sólo en China sino en el mundo entero.

Pero el tremendo sufrimiento que supuso para los chinos la revolución cultural contribuyó al cambio de rumbo instaurado por Deng Xiaoping desde 1978. Desde entonces se propagó una nueva fe por China basada en los intereses materiales a corto plazo. El eslogan “Ser rico es glorioso”, atribuido a Deng,  ha terminado por ser devastador en una sociedad, cansada de los rigores ideológicos maoístas. La nueva situación ahondó las diferencias entre ricos y pobres, lo que siempre es un factor fomentador de  la corrupción en todos los estratos sociales. En su estudio sobre la falta de valores espirituales en China, el profesor Liu Peng no se fija sólo en los problemas derivados del crecimiento del PIB, la sobreexplotación de los recursos, la contaminación ambiental o las increíbles fortunas amasadas por algunos, en un tiempo en que los empresarios, conforme al programa reformista que puso en marcha Hu Jintao, pueden tener el carné del partido.

La pregunta decisiva de Liu Peng es: ¿En qué creen los chinos? Hay quien no dará a esta cuestión demasiada importancia y sólo se fijará en las correspondientes estadísticas, aunque éstas no siempre son capaces de reflejar otras inquietudes del ser humano. Nadie puede negar el hundimiento devastador de la moral en la sociedad china, un hecho que se explica por la rápida destrucción de las creencias anteriores y que no han sido reemplazados por otras. El gran problema es que los valores predicados por los dirigentes comunistas tienden a convertirse en una cáscara vacía si las apariencias y el afán por enriquecerse dominan a buena parte de la sociedad. No obstante, el poder único no quiere ver cuestionado su monopolio y no termina de creer en que el aumento del número de personas religiosas, por mucho que éstas observaran comportamientos éticos, le pueda favorecer. De ahí la protección a la “iglesia patriótica china” o los cursos de reeducación obligatorios impuestos al clero católico. En el fondo,  los gobernantes no saben resolver la gran cuadratura del círculo: ¿cómo compaginar  los ideales revolucionarios altruistas oficiales con un afán desordenado por enriquecerse?  El nuevo presidente chino, secretario general del PC y presidente de la Comisión Militar Central, Xi Jinping, debe de ser muy consciente de los peligros que se derivan  del abismo existente entre la ética y la política.

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