Turquía en Europa: un recorrido sin horizonte

La noticia de que Francia desbloqueaba un capítulo de las negociaciones de la UE para la integración de Turquía, anunciada por el ministro de asuntos exteriores, Laurent Fabius, y por otro lado, la reciente visita de Ángela Merkel a Ankara, han despertado la reflexión sobre si Francia y Alemania van a cambiar de actitud y apoyarán la candidatura de Turquía en contraste con la oposición radical de Nicolas Sarkozy a las pretensiones de este país.

Desde hace años se viene especulando sobre si Turquía abandona su camino de integración europea en beneficio de otras opciones en Oriente Medio y Asia, suscitadas por el recuerdo del Imperio otomano. Por otra parte, algunos medios de comunicación turcos atribuyeron al primer ministro Erdogan un cierto interés por el ingreso de Turquía en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que agrupa a Rusia, China y las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, pero esta entidad internacional nada tiene que ver con los planteamientos de la UE. Es una simple organización de cooperación intergubernamental, con unas estructuras institucionales laxas y en la que hay ámbitos tan dispares como los intercambios comerciales o «la lucha contra el terrorismo, el extremismo o el secesionismo», aunque en realidad la OCS responde a los designios de la Realpolitik practicada por rusos y chinos, que coinciden con este tipo de organización en el objetivo de mantener a EEUU fuera de cualquier zona de influencia en Asia Central. Tampoco la OCS puede considerarse, aunque sus miembros realicen maniobras militares conjuntas, como una especie de alternativa a la OTAN. Se nos podrá argumentar que Turquía tiene interés en fortalecer sus relaciones con las repúblicas de Asia Central, en las que encuentra sus raíces históricas, algo que viene haciendo desde la caída de la URSS hace más de dos décadas, y aunque ha hecho grandes progresos en este terreno, la influencia de Rusia sigue siendo preponderante, con el añadido de que los rusos han visto a los turcos como una especie de «caballo de troya» americano en la región. Por otro lado, ¿ha crecido más el prestigio de Turquía en Oriente Medio tras la «Primavera Árabe»? Sólo relativamente, también por el hecho de que los procesos políticos en la zona no han conseguido entrar en el camino de la estabilidad, y en segundo lugar, Irán quiere consolidar su papel como potencia regional, con lo que choca con una Turquía mucho más ambiciosa en sus iniciativas exteriores.

El panorama trazado nos lleva a la conclusión de que Turquía no puede tener entre sus intereses dar la espalda a Europa y a EEUU, tal y como afirman algunos analistas. Europa sigue interesando, pues Turquía opina que la crisis económica y financiera será algo temporal. Suponiendo que las relaciones turcas con Europa empeoraran, los últimos acontecimientos, como el conflicto sirio y las tensiones con Irán, están ayudando a robustecer la relación entre Washington y Ankara. Tampoco hay que llegar a la conclusión de que por el hecho de la política exterior turca sea más activa en su región, aunque la tendencia empezó con el final de la guerra fría, esto no significa un distanciamiento respecto a Europa. De hecho, un diplomático turco resaltaba la paradoja de la incongruencia europea: si los turcos se muestran muy activos, caen bajo la sospecha de «neo-otomanismo», y si no lo hacen, se les reprocha su pasividad.

La visita de Merkel el pasado 25 de febrero no arrojó cambios sustanciales en la posición oficial de Alemania. La canciller manifestó sus reservas sobre la total integración de Turquía, si bien no mencionó la consabida expresión de «asociado estratégico», sucedáneo de la condición de miembro de pleno derecho de la UE y que no hace muy felices a sus interlocutores turcos, aunque afirmó que las negociaciones deberían continuar su recorrido. Sin entrar en el fondo de la cuestión, Merkel citó como uno de los obstáculos para la integración el contencioso de Turquía con Chipre, país miembro al que los turcos mantienen fuera de su unión aduanera con la UE como consecuencia, entre otras, de la partición de una isla desde hace cuatro décadas. La elección como presidente de Chipre del conservador Nikos Anastasiadis puede allanar algunas dificultades, pero hay otros obstáculos de carácter demográfico y económico que inciden sobre la adhesión de Turquía.

El que la Francia de Hollande apoye expresamente la integración de Turquía no condiciona necesariamente la posición de Alemania, aunque hay quien tiene esperanzas de que un canciller socialdemócrata en Berlín cambiaría las cosas. No compartimos esa opinión porque el factor demográfico, que influye en el peso de un país en el Consejo Europeo, debe tenerse en cuenta. Alemania sigue siendo el país más poblado de la Unión con 82 millones de habitantes, aunque Turquía supera los 75 millones de habitantes, de tal modo que en la próxima década puede estar por delante de los alemanes. Puede ser un dato crucial para las votaciones del Consejo, conforme a los tratados, aunque no significaría nada que los eurodiputados turcos fueran los más numerosos del Parlamento Europeo, pues los parlamentarios se agrupan por ideologías, y no por nacionalidades. Sin embargo, la demografía está ligada necesariamente a la economía, pues los fondos de cohesión que necesitaría Turquía serían considerables, pues el nivel de vida turco alcanza hoy el 52% del nivel de la Europa de los 27, ligeramente superior a los niveles de Rumania y Bulgaria, pero lejos de la aceptable cifra del 75%.

¿Cómo evolucionará la situación? Será una evolución lenta, pero seguramente ligada al propio futuro de la UE, sin olvidar que, por encima del marco comunitario, la asociación estratégica de Turquía con Alemania es tan indispensable como la que mantiene con Rusia. Si los tratados han creado una Europa de dos velocidades, con cooperaciones reforzadas, y el Reino Unido busca un nuevo estatus en la Unión, al margen de determinadas políticas y con la esperanza de que otros Estados le secunden, esto abriría una ventana de oportunidad para Turquía. Lo señalaba, a propósito del Reino Unido, el presidente turco, Abdulá Gul, en una entrevista a Foreign Affairs, cuando afirmaba que «en el futuro puede haber diferentes formas de Europa».

Estamos ante un recorrido sin horizonte, pese al escepticismo de las respectivas opiniones públicas, poco entusiastas sobre el proceso de integración turco. Pero la pregunta no es tanto cuándo se arriba al destino definitivo sino cuál será el estatus de Turquía en una Europa que puede superar dentro de unos años la treintena de Estados miembros.


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