Las dos caras del pensamiento estratégico indio

La India sigue dividida entre dos visiones diferentes del mundo, dos visiones estratégicas opuestas, que suelen identificarse con otras tantas figuras históricas, la del virrey británico, Lord George Nathaniel Curzon, que estuvo al frente del gobierno de la colonia entre 1898 y 1905, y la del primer ministro Jawaharlal Nehru (1947-1964).

La perspectiva curzoniana, centrada en el concepto de frontera, es para el analista estratégico C. Raja Mohan, una fuente de inspiración.  Curzon gobernó un Indostán que comprendía los actuales territorios de la India, Pakistán, Bangladesh y Birmania, si bien su esfera de influencia llegaba hasta Afganistán y las costas del Golfo Pérsico. Algunas corrientes del pensamiento estratégico indio persiguen la recuperación de ese gran espacio marítimo y terrestre que iría desde Oman a Indochina, pero que además llegaría hasta los territorios del Asia Central ex soviética. Con todo, los curzonianos actuales no buscan el expansionismo territorial sino una integración económica cuyo eje central sería la India. Se entiende así la inquietud de Delhi por no perder las posiciones políticas y económicas ganadas en Afganistán tras la derrota de los talibanes, y que pueden verse amenazadas con la retirada americana. Por el contrario, los pakistaníes esperan sacar ventaja de esa retirada, también porque va en detrimento de la influencia india en la región, lo que además es del agrado de China, aliada de Pakistán, país indispensable en su acceso al Índico. Por otro lado, el pragmatismo de Curzon defendió la independencia de Persia en nombre de la política de equilibrio en Asia, y curzoniana podría considerarse la postura reticente de la India para aplicar sanciones a Irán, por mucho que en Washington se intente convencer a Delhi de que adquirirá responsabilidades de potencia global si se suma al aislamiento del régimen de los ayatolás.  Ciertamente que la India no desea un Irán nuclear, pero los intereses económicos mandan. Un ejemplo: la mayoría de las refinerías estatales indias se nutren de crudo iraní y si buscaran suministro de diferente origen, los costes serían elevados en la adaptación de las .refinerías. Si a esto añadimos que la producción de crudo saudí no basta para atender la demanda creciente no sólo de Occidente sino también de China y la India, entenderemos que Delhi no tenga mucho que ganar renunciando a las importaciones de petróleo. Antes bien, los chinos podrían ocupar rápidamente la cuota de mercado dejada por los indios, y todo esto sin mencionar los proyectos indios de construcción de infraestructuras en Irán que conectan con Afganistán y otros países de Asia Central. Todos estos intereses llevan a la India a recordar a EEUU que su estrategia de contención de China también está servida por los vínculos económicos crecientes entre Teherán y Delhi. Dicho de otro modo, los supuestos objetivos estratégicos globales no pueden ir en detrimento de los regionales, que se perciben de un modo más directo. Por tanto, no habría que dejar el campo libre a China ni en Irán ni en Birmania, con independencia de la naturaleza de sus regímenes políticos.

En contraste, el pensamiento estratégico de Nehru tendía a ser más global que regional, más idealista que realista. Aquel primer ministro fue uno de los padres del movimiento no alineado, nacido en 1955 en la conferencia de Bandung, un defensor de una India secular y socialista, compatible con unas instituciones democráticas. El tono moralizante de su política exterior ha dejado una profunda huella en la India, aunque el final de la guerra fría, y la progresiva implantación de una economía de mercado desde 1991, han llevado a cuestionar la figura de Nehru, del que el escritor y político Shashi Tharoor ha llegado a decir que su política exterior era más adecuada para un movimiento de liberación que para un país. Pero sería exagerado decir que el pensamiento de Nehru ha quedado obsoleto en la India actual, y es muy probable que él mismo se hubiera adaptado a los nuevos tiempos. Sin ir más lejos, toda su vida preconizó una entente entre la India y China, mas la guerra fronteriza de 1962 le inclinó a ser más cauto. De hecho, en 1974 su hija Indira Gandhi dotó a la India de la bomba atómica, en una época en la que americanos, chinos y pakistaníes veían a los indios como peligrosos adversarios por sus vínculos militares con los soviéticos. Pese a todo, esa política exterior india que busca la distensión con China, al considerar que los vínculos económicos son más cruciales que los límites territoriales en el Himalaya, y que persigue un mayor protagonismo de la India en las instituciones internacionales, es hija del pensamiento de Nehru, y también lo es aquella que busca una mayor cooperación con los Estados vecinos en las amenazas no convencionales a la seguridad, sean medioambientales o cibernéticas.

Las dos caras, que algunos calificarían de contradicciones, del pensamiento estratégico indio llevan a algunos a ser muy críticos con las posiciones partidarias de opciones pluralistas en política exterior, las que prefieren las alianzas de facto a los acuerdos formales. Sumit Ganguly, un politólogo de la universidad de Indiana contra los contenidos del informe Nonalignment 2.0, elaborado en febrero del año pasado por Shiv Shanker Menon, consejero indio de seguridad nacional, junto con otros antiguos consejeros y analistas estratégicos independientes. Lo que menos gustaba al profesor Ganguly era el título del informe, pues el no alineamiento le resultaba un concepto desfasado, útil en los años de la guerra fría, pero que no puede servir en el orden global de nuestros días. No obstante, la raíz de fondo de la discrepancia de Ganguly residía en el enfoque del informe sobre la relación entre EEUU y la India, pues sus autores toman nota del relativo declive del sistema americano de alianzas, de la que Washington viene siendo consciente desde hace años, aunque la Administración Obama lo haya puesto más en evidencia que su predecesora. El informe reconoce el valor añadido que ha adquirido la India para EEUU en los últimos años, aunque no apuesta por una alianza formal entre ambos países para contener a China. Por el contrario, no ve muy claro cómo respondería Washington si China planteara una amenaza contra los intereses indios, y tampoco resultaría muy útil buscar una enemistad prematura con China por un alineamiento explícito con los americanos.

El informe Nonalignment 2.0 tiene un título que recuerda a las ideas de Nehru, pero sus planteamientos son de un acusado realismo, sobre todo porque salen al paso de la visión de una India democrática aliada con los occidentales. El párrafo 124 no puede ser más explícito: “En términos de visión constitucional, la India es la potencia más “occidental” y liberal entre las potencias no occidentales. Pero estamos anclados en Asia”. La geografía, por no decir la geopolítica, es crucial en esta estrategia, aunque pueda ser compatible con rutinarias maniobras navales en el Índico con potencias democráticas como EEUU, Japón y Australia.


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