Obama y el momento Eisenhower

 

Cuando los historiadores del día de mañana se pregunten si ha existido realmente una doctrina Obama en política exterior y de seguridad, habrá que responderles que esta doctrina emergió de forma más nítida en el segundo mandato, y no tanto en el primero, sobre todo tras el nombramiento del senador republicano Chuck Hagel como secretario de Defensa, y del demócrata John Kerry como secretario de Estado. Son dos personalidades que, por sus duras experiencias en la guerra de Vietnam y por el convencimiento de que los conflictos lejanos poco aportan a la seguridad y al presupuesto de EEUU, parecen dispuestos a dar un enfoque más realista a la diplomacia americana.

A Obama parecen gustarle las comparaciones con otros presidentes del pasado, algo puesto de  relieve ciertos detalles de sus discursos y que es amplificado en algunos medios informativos. En los inicios del primer mandato el marketing político de Obama se complacía en evocar a Lincoln, Roosevelt y Kennedy. Obama no sólo defendía las aspiraciones igualitarias de Lincoln sino que también habría sabido rodearse en su gabinete, al igual que aquel mandatario, de un equipo de rivales, antiguos competidores en su propio partido en la carrera hacia la Casa Blanca, lo que le daba al primer presidente afroamericano la aureola de ser alguien capaz de superar las luchas partidistas. La comparación con Roosevelt era bastante usual, pues también se enfrentaba a una grave crisis económica que combatiría, al igual que el carismático presidente, con medidas de estímulo económico e intervención social. Por lo demás, de modo similar al de Kennedy, Obama despertaba grandes expectativas de renovación de la vida política. La accidentada travesía del primer mandato, con una caída progresiva de la popularidad del presidente en las encuestas,  dejó de lado semejantes comparaciones.  Sin embargo, volverían a resurgir con fuerza, tras la reelección, y se manifestaron en el discurso de inauguración presidencial, en el que encontramos ecos de los discursos de Lincoln y Roosevelt, sin olvidar a Martin Luther King, próximo a cumplirse el medio siglo de la marcha sobre Washington en pro de los derechos civiles.

Los citados modelos históricos son muy adecuados para la política interior, que se adivina como fundamental en el segundo mandato si los demócratas quieren conservar la Casa Blanca, pero para la política exterior se necesita otro modelo y Obama parece haber apostado por el presidente Eisenhower. Un analista político como Fareed Zakaria, conocido partidario del actual inquilino de la Casa Blanca, señalaba hace meses que el popular presidente Ike era el modelo de referencia y, por si fuera poco, Chuck Hagel declaró recientemente que estaba regalando a sus amigos biografías de Eisenhower. Un historiador resaltará que Ike fue un mandatario que no respondió a la imagen por la que muchos le eligieron. Tenían el recuerdo del general victorioso de la II Guerra Mundial, o del hombre que había criticado la debilidad de la Administración Truman frente a la URSS y sus aliados. Pensaban en un presidente mucho más enérgico y resuelto, en un héroe de guerra que ahora iba a dirigir a su país. Sin embargo, Eisenhower captó enseguida  que el mundo había cambiado en poco tiempo. El año 1945 quedaba  muy atrás y con él, los conflictos armados clásicos. Menos de diez años después, la carrera de armamentos nucleares y los nacionalismos de los nuevos Estados independientes del Tercer Mundo precisaban de un presidente que fuera un maestro en las técnicas de la distensión y de la contención.  Por ejemplo, Eisenhower puso fin a la guerra de Corea, dejando la situación en el statu quo territorial anterior a 1950. El objetivo ya no podía ser expulsar a los comunistas de Corea del Norte, pues esto hubiera supuesto una guerra con China, ni tampoco merecía la pena ir a una contienda generalizada por defender a los nacionalistas chinos de Taiwan. Hubo incidentes armados entre las dos Chinas en 1958, pero el statu quo se mantuvo. Del mismo modo, Obama dejó hace tiempo de calificar a la intervención americana en Afganistán como “guerra de necesidad”, como solía hacer antes de su primer mandato. Al contrario, se acelera la salida de tropas de combate en 2013, un año antes de lo previsto, y los proyectos de hacer ingeniera política y social en la compleja y tribal sociedad afgana quedan atrás. Asia Central interesa bastante menos que Asia-Pacífico.

Eisenhower no apoyó a Francia y Gran Bretaña en la crisis de Suez de 1956. Consideraba que la reacción de estas potencias europeas a la  nacionalización del canal de Suez era un episodio de la época colonial, y no de la guerra fría. El presidente egipcio Nasser no podía ser comparado a Hitler y no se debía caer en la simplificación de considerarle un comunista. Antes bien, detrás de sus actuaciones estaba la fuerza del nacionalismo emergente del bloque afro-asiático, que un año antes se había reunido en la conferencia de Bandung. Ike no dudó en distanciarse de sus aliados europeos para recordar a los países del Tercer Mundo que EEUU también había sido un territorio colonizado. Tampoco secundó Washington la alianza de los israelíes con París y Londres para atacar a Egipto. Los americanos habían favorecido el nacimiento del Estado de Israel, pero marcaron distancias en la crisis de Suez  porque tenían entonces aliados importantes en el mundo árabe y musulmán: Arabia Saudí, Jordania, Irak, Irán… De igual manera, asistimos hoy a un debilitamiento de los vínculos entre EEUU y Europa, motivado tanto por la crisis de la UE como por el interés americano por las riberas del Pacífico y el Índico. ¿Y qué decir de Israel? El desencuentro entre Obama y Netanyahu es notorio, pero el electorado israelí ha reelegido al primer ministro, y ha votado a los partidos religiosos, porque se muestra inquieto por la seguridad de su país. Lo peor es que el proceso de paz palestino-israelí puede entrar en punto muerto, y no sólo por la actitud de Israel o de los palestinos de Hamás. Obama no es, desde luego, Bill Clinton, en su interés por la solución del conflicto.

Se decía de Eisenhower que le tenía más miedo al déficit que al comunismo y esto le llevó a no implicarse en nuevos conflictos y a congelar la participación americana en los existentes. Triunfó en política exterior un pragmatismo que implicaba un análisis desde la lógica del coste-beneficio. Ike no confiaba demasiado en la supremacía del poder militar. Obama, tampoco.


Comments are closed.